lunes, 2 de enero de 2012

LA ESCOBA MANGOLELIANA

Portada del libro

De obligado cumplimiento mi asistencia, no podía rechazar la invitación de Jordi&Cia a la presentación del flamante número literario de su revista Mangolele, así que distraídamente me dejé llevar por mis pasos en dirección a La Luna. Es divertido eso de viajar a La Luna por las mañanas, los atardeceres son más propios para ciertos viajes… Bien, dos pequeños guiones, inteligentemente escritos, que fueron leídos por el tándem mangoleliano sirvieron de prólogo, inicio y fin de acto, mientras la gente nos aferrábamos a la copa de vino por aquello de hacer honor a nuestra prodigiosa cultura del vino. ¿Qué sería de la poesía si a los poetas les faltara el vino?, me pregunto, a buen seguro que acabarían de abogados ejecutivos portando el biberón en el bolsillo interior de la chaqueta.
                                                 
Por allí estaba repartida la vieja guardia de la pretérita poesía, entre comillas lo de poesía, logroñesa. Una vez más todos se saludaron entre todos y de nuevo se sintieron felices de ser coprotagonistas de un evento cultural tan a la medida de ellos. Los mismos nombres, los mismos poemas, los mismos versos de hace décadas andaban dispersos al socaire de las páginas del libro de Mangolele, lo cual me hace pensar que ninguno de ellos escribe poesía en la actualidad; ¡vamos!, que o mucho me equivoco o se han cortado la coleta de poetas. El que desde luego sí se la ha cortado es Manolo de la Riva, porque si bien estuvo por allí hacia el final del acto, no aparece ninguno de sus estrafalarios poemas por el libro, lo cual es de agradecer. Hubo suerte, de la tan cacareada generación poética de los ochenta, logroñesa, recuerde el lector aquella “afamada” Antología de Poesía en La Rioja, 1985, -cuando la ojeo no puedo evitar la obligada referencia con Codal-, apenas si se repiten cuatro o cinco nombres, eso sí, para desgracia de lectores la escobas mangoleliano les ha endosado el horrendo e indigesto pseudo poema de Roberto Iglesias “Qinceto Post a Carlos Edmundo de Ory”, escrito que produce rayadas en el vientre del lector. Menos mal que se compensa con el poema de Ramón Irigoyen, “Carlos Edmundo de Ory”, poema bien escrito, dotado de ritmo y buen sentido del humor, lo cual es de agradecer porque uno se olvida de las rayadas en el vientre.

Existen varios escritos más que son infumables, pero nos vamos a olvidar de ellos; a pesar de todo la escoba mangoleliana ha encontrado cosas potables, gracias a la voz entre profunda y desgarrada por la acción del tiempo, de Armando Álvarez Bravo, que nos ofrece dos hermosos poemas de ausencia y recuerdos, en los que el tiempo pasado es el sujeto que nos habla invitándonos a encontrarnos con él. O los acertados textos en verso y prosa de Raúl Eguizábal con los que se inicia el libro; o “Perdido en Puente Madre”,  de José I. Foronda, rememorando su tiempo infantil a la caza y captura de cucharones en el que fue el río por excelencia de varias generaciones de niños logroñeses, entre otras porque nuestras madres no nos permitían ir al Ebro por miedo a que nos ahogáramos. O el inteligente soneto del absurdo de P. Santana, en el que las palabras juegan a sorprender al lector, y, esa es la cuestión, además lo consiguen.

Resumiendo, la escoba mangoleliana ha hecho su trabajo, de eso se trata claro, a veces con fortuna y otras algo menos y otras descarnando poesía; ha ido barriendo estrofas, fragmentos de textos, para amontonarlos en la “sopa  de letras” que constituyen el conjunto de escritos que conforman el ejemplar. Con todos mis respetos yo le diría a Jordy&Cia que la próxima se deje de poesía farandulera, de escritos de risa que dan pena, de publicar ejercicios lingüísticos, léase el texto “Rutina”, que a nada conducen, y sobre todo de dejarse influenciar por poetas que no lo son, esto es lo más grave, como es el caso del flamante “escribidor” de versos Luis Alberto de Cuenca, cuyo máximo mérito como poeta consiste en amontonar unos quince o dieciséis mil libros en las estanterías de su casa. A uno que ya es viejo, que todavía no tiene demencia senil, que aún recuerda diversas historias protagonizadas por poetas del tiempo pasado, le viene a la memoria la paupérrima vida poética del “cultísimo” José María Pemán, cuyo gran mérito como poeta consistía en adornar sus estanterías con unos cinco o seis mil ejemplares sus. Murió el escribidor de versos y las gentes nos olvidamos de aquel hombre que andaba de culto por su esquelética vida cultural, pero no murieron las ganas de trascender de algunos aún a pesar de dedicarse a destruir la poesía. 


1 comentario:

  1. Más que interesante y ACTUAL post Anselmo, tengo que conseguir un ejemplar de la revista...

    Saludoss

    Ana C.

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