martes, 17 de mayo de 2011

El Fracaso

Composición sobre un espejos con el cartel del
Centenario de la llegada de A. Machado a Soria

contra envidia entereza,
contra recriminación firmeza,
contra locura calma.
Cuando el hombre pierde 
su razón de ser se cierra 
al futuro, es inevitable,
más tarde sólo queda 
la patética resignación.  


El fracaso



           Era nacido en una tierra donde los hombres y mujeres llevaban el estigma del fracaso escrito en lo más hondo de sus mentes. Se trataba de una tara que habiendo sido adquirida por no se sabe bien que generación, se había convertido en congénita a lo largo de la historia. Desde el momento del nacimiento era trasmitido de padres a hijos con crueldad, con rabiosa e inusitada saña los progenitores educaban a los hijos en el fracaso más estrepitoso; aduciendo aquello de que las cosas son como son y no hay nadie que las cambie, además para qué cambiarlas si todo está bien. Inamovibles obligaban a los hijos al esperpéntico abrazo mortal con el fracaso, para de seguido despotricar contra cualquier territorio próspero por el sólo hecho de serlo.

          Pasando los años aquella tierra se había convertido en un desierto, pueblos abandonados por doquier, semi derruidos, atestiguaban bien a las claras la dejadez a la que habían llegado los pocos viejos que la habitaban. Poblaciones enteras ya no tenían ningún objeto de ser ni de existir, antes del estertor final el canto del cisne preludiaba una muerte segura en un par de décadas. Ellos, erre que erre, insistían en mantener las cotas del fracaso en lo más alto de la estima social, eso sí, acto seguido se morían de envidia de aquellos que triunfaban, y la emprendían a bofetadas contra las gentes de éxito por mediación de la crítica cruel, soez y desde luego nada humana. No obstante, a nuestro protagonista la situación le parecía lo más normal del mundo, incluso perfecta por aquello de que era nacido y había sido educado en los páramos del desamor.

          Ignoraba que los demás sabemos que la envidia es hija del fracaso y que de esta última se desprende la crítica furibunda, su hija natural, como fruta madura y posiblemente podrida. Él no sabía nada o de casi nada, eso sí, se consideraba inteligente y culto, no en vano había ido a la escuela, además, a decir de él mismo era servicial, muy trabajador y aplicado; igualito que sus conciudadanos, todos eran muy currantes, según afirman ellos; según la realidad económica y demográfica muy poco aplicados, a los hechos nos remitimos. Para satisfacer su engreimiento, estúpido orgullo trasnochado, se consideraba nacido en la mejor tierra, habiendo sido educado en la mejor cultura, en la mejor religión, en la mejor familia y por los mejores maestros, ahí es nada, quién le tose al gachó de marras semejante currículo, lo mejor de lo mejor a su servicio desde el nacimiento; yo desde luego no me atrevo y mucho menos con la fama que tengo por aquellos lares.

          No sé, cuando el mundo se vuelve patas arriba nada bueno preludia, sino es guerra es desesperación, sino angustia, sino apatía existencial, y desde luego él tenía demasiada apatía a la hora de cuidarse de sí mismo, en los momentos que exigen que el hombre se comporte como hombre, y tras numerosos fracasos amorosos acabó refugiándose en el regazo de su mamá, que para algo era única, su única mamá, por supuesto. Tú, hijo, al ladito de tu madre, que tu madre nunca te va a faltar, pase lo que pase ya sabes que siempre estará contigo; esa clase de pelanduscas sólo quieren casarse con un buen partido, solucionarse los garbanzos a tu costa, pero tú no les hagas caso, tú en casa de tu madre... ¡Ay!, enfermizo y posesivo hembrismo, resto resentido del en otro tiempo maravilloso y espiritual matriarcado celtíbero, ¿cuánto daño puede llegar a hacer a los hombres y mujeres del futuro?

          Era nacido en una tierra inhóspita, donde los jóvenes llevaban el estigma del fracaso escrito en la frente, en el centro de la frente, entre los ojos de mirada sombría, huraña y desconfiada. Todo lo que venga de fuera es malo, se decía pasados algunos años; todo lo que no sea lo que yo tengo es malo, insistía cansinamente maltratándose las esqueléticas neuronas que aún le quedaban, llegando con el tiempo al encefalograma plano, liso le venía de familia, de la rama de su padre. De esta forma fue alimentando un soliloquio que terminaría convirtiéndose en terrorífica angustia, eso en un principio; más tarde la esquizofrenia llegaría de la mano de su pírrica soledad, la insoportable soledad en el peñón sobre el río, donde se había refugiado como único consuelo para ocultar sus miserias.

          Mirar al río como lelo durante horas eternas... y zambullirse en el agua, pensaba a menudo, era invierno y hacía frío, mucho frío. La cara del agua tenía espejos de hielo en la base del peñón, hacía frío, demasiado frío. Poco más tarde rompería el hielo con el peso de su cuerpo al precipitarse desde lo alto de las rocas, sumergiéndose en las heladas aguas que lo acogieron con hostilidad, desparramándose para no tocarlo; al final lo cubrieron con su manto y allí sucumbieron mente, corazón y una educación esmerada venida del fracaso general de una tierra despoblada, que produce el mayor porcentaje de suicidas por número de habitantes. ¿Será, qué la frustración generalizada tapona las puertas del futuro?


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