viernes, 22 de abril de 2011

Quevedo-2





Discurso de todos los diablos II



Cuando es comenté acerca de mis intenciones sobre el gran Quevedo yo no estaba pensando en el librito del Discurso de Todos los Diablos, antes bien me refería a su poética y era mi propósito realizar alguna incursión a ese mundo tan lleno de imágenes hermosas, en ocasiones estrambóticas, para aportar algunos toques de mi visión en torno a sus poemas y versos. El librito de marras se ha colado de redondón por azar, suponiendo que el azar exista, y hete aquí que me tiene bien cogido, convirtiendo mi intención inicial en una incursión a su dislocado mundo de la prosa. Son cosas que suceden sin más, tampoco es que tenga demasiada importancia, desde luego la que se le quiera dar, aún así es bueno recordarlo para demostraros que yo soy hombre de palabra; quien, en ocasiones, además se parapeta detrás de un jarro de vino para ver pasar el mundo surrealista de los diablos vivientes que habitan el planeta llamado Tierra...
                                  
Luego de asistir a su propio renacimiento a la vida en el nuevo amanecer, las mujeres se miran al espejo por aquello de ponerse guapas y aquí inician la espeluznante contradicción existencial entre infierno y cielo, que cada quien se encarga de alimentar de acuerdo con sus aviesas intenciones o en concordancia con su forma de ser. Entre lo alto, cielo, y lo inferior, infierno, se encuentran todas ellas, allá cada cual lo que haga con el nivel de su proceso evolutivo en el que se encuentre; la unas tenderán hacia arriba, las otras hacia abajo y entremedias se hallan todas, para desgracia y fortuna de los hombres; las más ocupadas en sus labores de tanteo de la resistencia del prójimo, quien no lo supere a las cloacas sociales. Entre unas y otras se encuentran todas, entre unos propósitos y otros existen diferencias insalvables, entre las primeras y las segundas sólo dios entiende el gigantesco vacío existente.

En este segundo discurso trataremos de las últimas, las inefables dueñas, alcahuetas, marimachos, brujas, celestinas y demás fauna de las hembras, todas ellas mujeres del césar y dispuestas a ganarse cuantos cielos tengan a bien, previo andar ciscando toda la existencia en torno al infierno de sus vidas y las del prójimo. La dama, dama de alta cuna y de baja cama, asidua visitante de sacristías y confesionarios a la busca de sus siete cielos que va despreciando por la calle; ella los quiere empaquetados, que tengan certificado de garantía y estén avalados por la autoridad curil pertinente. Pertenece al servicio de información de la tercera comisaría y tiene las orejas más grandes que el mismo lucifer, a quien en confesión informa puntualmente de cuanto acontece en el barrio. Portal a portal, piso a piso se gana sus cielos de pacotilla mientras siembra la cizaña por carnicerías, fruterías, pescaderías… dejando la calle a su paso hecha una peste. Es el centro de las comadres, que dirige con vara de hierro y exige fidelidad incondicional a sus esbirras informadoras. El ama que no se somete y no colabora es despedazada a dentelladas en la siguiente reunión.

Ella es la diosa de la fertilidad de la palabra obtusa, no calla ni para dios, la matriarcona inmisericorde de diablesas, soplonas y cotorras que hacen corro en torno a su grosera figura ganándose con sus palabras de azufre los favores de la madrastra de los despropósitos. Fuego para destruir la bondad, fuego para alimentar el infierno de sus mentes que hierven a un ritmo más trepidante que la famosa caldera de Pedro Botero, fuego en donde quemar las manos blancas de niñas inocentes para enseñarles el camino de las abominaciones. Fuego y azufre en los ojos encendidos, por el odio, la perversión y la impiedad que arrasará todo intento de humanismo y, por supuesto, a los ilusos que lo propongan. La calle es mía, vocifera despedazando con la mirada a cuantos osen contradecirla; el barrio es mío, grita a los cuatro vientos con el sibilino propósito de amedrantar a dios y adueñarse de alguno de los siete cielos con los que vive obsesionada.

No han cambiado las mujeres
desde el tiempo de Quevedo,
ni han cambiado ni tienen
intenciones de hacerlo.
Maldiciones su parafernalia literaria,
roban la luz desde la alta catenaria,
se encuentran bien donde se hallan,
y rezan su preces y rosarios
al tiempo que maldicen los diarios.
Hollín en los ojos de estraperlo,
bocas de sapos y culebras,
narices de buitre carroñero,
manos de vacas y carneros,
orejas grandes de zorra lista,
pechos de barbas balleneros
y culo de látex para el compañero.
No han cambiado las mujeres
desde los tiempos de Quevedo,
ni han cambiado ni tienen
intenciones de hacerlo.

NOTA: Quevedo I y II han sido escritos en momentos diferentes, una semana de intervalo entre el primero y el segundo,  en ambos el proceso ha sido realizado usando  el método de la escritura automática, sin propósitos previos por aquello de haber que sale. Escribir, corregir y publicar, todo seguido como el pasodoble, en consecuencia las correcciones realizadas son mínimas. Espero que haya valido la pena y que  los textos sean considerados válidos. La culpa la tiene una traición de mi supra consciente, cuando me puse a escribir mis impresiones sobre el libro de Quevedo surgió el tema tal cual se ha trascrito y yo me dejé llevar por el momento creativo. No he escrito nada el torno al propósito inicial, dadme tiempo que lo tendréis. TENGO QUE PUBLICAR MI NOVELA “GENTE ANÓNIMA” A PRIMEROS DE MAYO Y ME QUEDA POR CORREGIR DOSCIENTAS PÁGINAS.

Gracias, amigos.
Anselmo
                                                            

1 comentario:

  1. En el siguiente las reconsideraciones tendrás que hacérselas a Quevedo, el es en primera instancia el instigador. Tendrás que esperar un poquito, acuérdate de la nota que aparece debajo del texto.

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