Apertura

Por fin, después de un curso rápido de blogger, he conseguido sacar a la palestra mi primer escrito que dirijo a vosotros, mis lectores, siempre y cuando os dé la gana entrar y dedicar vuestro valioso tiempo al deporte de la literatura y otros duendes. No podéis negarme que en esto de la palabra escrita existen duendes, hados y un sin número de habitantes invisibles que andan por ahí ciscando la agudeza de las mentes creadoras. Hurga que te hurga asacan las palabras del pozo sin fondo de la memoria extraviada, de seguido se transforman en frases y estas van tejiendo la bufanda del relato, punto a punto, página a página; también tejen el echarpe del poema, verso a verso, estrofa a estrofa.

Como el que no quiere la cosa, sin darle importancia, las palabras se van situando en la cuartilla, a medida que nacen, con el ritmo preciso, con la fuerza de la convicción o la cadencia del ritmo poético. Así se escribió el Quijote, palabra a palabra. Todavía me acuerdo de cuando Cervantes andaba recopilando palabras, colocándolas en orden, de vez en cuando corregía y más tarde continuaba escribiendo. Así un día y otro, y un mes y otro, ni se sabe el tiempo que le llevó, la verdad que ese detalle lo tengo olvidado, pero me consta que fue mucho tiempo, tiempo y tiempo, un tiempo, dos tiempos, tres tiempos…

¿Cuántos tiempos perdemos los literatos y los poetas en el bar al abrigo de Sancho Panza?, sin embargo es preciso acudir asiduamente a él, al encuentro con el hombre, a “robarle” sus palabras parapetados detrás de un vaso de vino, de Ciudad Real, en este caso. También sus vivencias, su sabiduría, su ingenio y ni sabe bien cuántas cosas más. ¿Acaso vivimos de prestado?, cabría preguntarse; es posible, tampoco importa, el hombre está en la taberna y la literatura se escribe frente al hombre, apoyándose en el hombre, en medio del mundanal ruido. La literatura huérfana de hombre no me gusta, es insulsa, no tiene carácter, ni emoción, es algo parecido a tomar vino con gaseosa, ¡qué horror!, el vino es el vino y casa mal con el agua, ya lo sabían los antiguos.

Pienso en las mujeres que he conocido a lo largo de mi vida, aquellas que estaban en la taberna conmigo, de cuando creía en el amor y en todas esas historias de jóvenes. Aún creo, por descontado y seguiré creyendo en él mientras viva; ahora es diferente, lo dejo para los jóvenes, que sean felices, a mi me absorben mis escritos. Son unas cuantas, a las mujeres me refiero, están en mis versos, en mis poemas, en mi teatro, así, por todo el morro. Si no hubiera ido a la taberna no las habría conocido; es de cajón, a ellas también les gusta el vino. Eran jóvenes y preciosas, al menos a mí así me lo parecía, pasado el tiempo se marchitaron, yo las inmortalicé en mis versos.

Me gusta recordarlo, el trabajo más completo fue con Teresa, hermoso nombre, “Teresa o el Amor Platónico”, a grosso modo seiscientos versos, pertenece al poemario “Eros Creador”, que publicaré a lo largo de este año. En Barcelona, digo que nos conocimos en Barcelona. Me gusta aquella ciudad, le tengo gran estima, a ella también, me refiero a Teresa. Hay que ser agradecidos, ellas algo de sí mismas dejaron en mí, yo también les regalé mi presencia, poética o no poética, beoda o no beoda, concisa y en ocasiones incongruente. Todos dios regalamos algo a los demás, es hermoso pensarlo.

Bueno gente, termino, muy pronto prometo hablaros de Quevedo, versión original, me gusta el chico, parecía un buen hombre…

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